9/12/2008

Humilde testimonio

Un día sopleado como hoy, ha ya mucho tiempo, dicen que cambió el mundo para siempre. Qué raro, ¿no? Cambiar el mundo. Como si el mundo nunca cambiara para siempre. Como si el hecho de levantarse todos los días por la mañana para trabajar, no cambiara el mundo para siempre; como si el hecho de estar vivos para estar con los amigos no cambiara el mundo para siempre; como si tener hijos, crear nueva vida, no lo hiciera tampoco.

Pero bueno, cambiar, es cierto, el mundo cambió para siempre. Y se hicieron desde entonces muchas cosas. Pasó demasiado. Y hoy ya pasó hasta el tiempo. Tanto tiempo como para hacer cuentas, cuentas de la búsqueda que hicieron; todo cambio es una búsqueda. No me pregunten de qué.

Y recuento, mientras cuento del encuentro que se produjo, y por dentro, siento en un ciento por ciento que las cosas se maldieron. Tal vez encontraron lo que buscaron, tal vez aprovecharon lo que encontraron. Puede ser, y al poder ser, sería bueno puntualizar:

Si buscaban miedo, cambiaron terror por terror.

Si buscaban respeto, deberían haberlo hecho de otra manera.

Si buscaban igualdad, desequilibraron la balanza, todavía más.

Si buscaban venganza, mataron a más de diez mil.

Si buscaban justicia, no castigaron a los responsables.

Si buscaban petróleo, lo encontraron.

Por lo visto, buscaban eso. E hicieron un buen negocio. Sangre por petróleo, es un buen negocio. Vale mucho más. La sangre no va a mover tu industria. Podrías decirme de la sangre de los obreros. ¡Pero no seas falso! Mi buen capitalista, algún día los vas a cambiar por máquinas. El aceite es más barato.

Todas tus excusas buscan el precio más bajo en el mercado de las consecuencias. Bien te vale buscar rápido. Aunque también, qué sé yo. No soy nadie. Nadie se va a acordar de mí. Nadie me va a tener en la memoria. ¿Andará el eco de los hombres vagando entre los libros? Entonces, por ahí buscaré un libro. Sí. El eco de los hombres se esconde entre sus palabras.

¿Pero por qué? ¿Por qué esta sensación? Esta angustia de incendio, de encierro, de salto al vacío. Esta sensación de que algo va a pasar, de una locura por venir. Siempre la locura por venir. El porvenir siempre loco. No. No tengo que preocuparme, si yo estoy a salvo.

Bien protegido.


En mis amadas Torres Gemelas, el once de septiembre del dos mil y uno, apenas pasadas las nueve menos cuarto.

9/08/2008

El dictador

Sentado abajo de un árbol, comiendo nísperos, Jorge miraba volar los pajaritos, mientras por su mente cruzaban mil planes de batalla.
Era más ambicioso que los demás. Había leído la historia de las grandes batallas de hombres muertos, de los que no queda nada bueno, y se sintió identificado. Quería descansar en libros de Historia por genocidios similares. Es un camino sencillo a la fama. Matás mil infelices y cualquiera sabe tu nombre. Ni Youtube consigue eso.
Y se imaginaba campos inmensos de exterminio, la negociación con otras potencias, los rechazos de ofertas generosas y la locura, locura total, de matar, matar y matar, al que no pensara como él, aplastar hippies miserables con tanques sin remordimientos, acribillar librepensadores con ametralladoras sádicas, de esas a las que les gusta arruinar familias. Los secuestros, los asesinatos, que nadie pronuncie mi nombre, que este y aquel están prohibidos, que listas negras, de tantos nombres escritos. ¿Resistencia? Nadie va a resistirse. Las molotov les van a explotar en las manos, para que no pueda graffitear sus pensamientos.
Y van a morirse. U obedecer.
Nadie va a querer morirse, y hacer historia.
La historia es de lo valientes. Por eso ciertos individuos promovieron el Fin de la Historia.
Y al final, después de haber conquistado todo, de tener el mundo completo en su puño, de ser el gran dueño de todo, se imaginaba tranquilo, viendo volar a los pajaritos, sentado abajo de un árbol, comiendo nísperos.